Ayer mientras mantenía una reunión de junta a través de whatsapp (sí, chicos, las nuevas tecnologías están aquí para quedarse) tenía el ojo en una película que emitían en la televisión "las flores de la guerra". A pesar de estar viendola con solo un ojo y con escasa concentración, no pudo sino atraparme. Se trata de una película de bellísima factura, con una preciosa historia y a la vez muy dura. Tremendamente emocional y difícil de digerir. Hacía tiempo que una película no me impactaba tanto y horas después sigo con un nudo de emoción, hasta tal punto que me siento bloqueado y he sabido que tenía que venir al blog a descargar parte de esas emociones para continuar con mi cotidianeidad. Que al fin y al cabo un blog también es para eso, para hablar de uno y de como se siente.
En circunstancias extraordinarias hay personas comunes que se convierten en héroes. Y ese es precisamente uno de los mensajes de la película, uno de tantos, y convertirse en héroe no deja de ser hacer lo que uno entiende que ha de hacer, con honestidad consigo mismo, imponiendose al entorno y a las dificultades externas.
Esta mañana tenía un juicio del turno de oficio. Se juzgaba a una familia, un padre y una madre, con cuatro hijos pequeños, el mayor de ellos de 9 años. El delito haber ocupado una vivienda.
Es curioso como podemos llegar a normalizar situaciones. Normalizamos el hecho de que haya personas y familias sin techo y sin vivienda. No nos escandaliza, ni nos indigna ni nos mueve. Ni siquiera nos conmueve. Sabemos que pasa. Sin más. Nada hacemos al respecto.
Como abogados normalizamos que haya una respuesta penal. Que tuvieran que ir a declarar al juzgado como imputados, luego fueran acusados y una expectativa de ser condenados. Recuerdo mi papel en todo momento, técnico y frío. Explicandoles cual debía ser sus manifestaciones buscando el archivo que no se produjo. Estando en mi ubicación exclusiva sin una involucración excesiva. Siendo un expediente más en el despacho.
Normalizamos que sea un expediente más. Revisarlo días antes del juicio, estudiar nuevamente jurisprudencia y preparar el juicio, como un juicio más, como eso, simplemente un juicio. Construyendo una barrera que impida ver que no es solo un juicio más, que es una desgraciada familia sin recursos a la que se criminaliza y se enfrenta a un juicio penal por dar cobijo a sus hijos. Hablas por teléfono con una asistente social que también normaliza todo, ves su desidia para hacer el informe que le has pedido y te viene a decir que para que lo quieres, si al resto de familias en la misma situación las han condenado, normalizando que haya condenas por esto.
Pero hay algo dentro de ti que se resiste a normalizar, e insistes en que lo vas a intentar y que necesitas ese informe. De repente te das cuenta de todas las horas que has metido en estas semanas en ese tema, de los expedientes atrasados y clientes que te presionan para ver como va lo suyo mientras tu nivel de estrés se incrementa. Sumas esas horas en un momento en que se ha reducido el presupuesto del turno de oficio, en una semana en la que has justificado los expedientes del trimestre y sabes que al menos la mitad no van a ser pagados por el Gobierno de Aragón, y que aun así si este te lo pagara serían unos 200 euros por muchas horas que estás metiendo. También normalizas que los abogados tus compañeros se resignen ante esta situación. Y tienes la tentación de no haber metido tantas horas, total para lo que te lo van a pagar y total si al final acaban condenando a todos. Y miras las notas que has hecho y ves la cantidad de ideas que has puesto buscando que haya un final distinto y que esa familia no sea condenada.
De algún modo, no normalizas tanto como piensas. Como abogado llevas una rebeldía innata ante lo que entiendes injusto. Y luchas contra esa normalización y racionalización. Vas hacia el juicio pensando "si total los condenan a todos" y que posibilidades tienes de alcanzar un buen acuerdo, con una pequeña multa. Haces cálculos, buscas el "maan" (mejor alternativa al acuerdo negociado). Y normalizas que una familia sea condenada porque sus hijos no duerman en la calle, normalizas que es mejor un castigo menor que el riesgo de uno mayor. Aunque lo que te pide el cuerpo es hacer el juicio, al menos pelearlo y decir las cosas que piensas que hay que decir sobre esto. Pero vuelves a normalizar tu papel, pensar en lo más beneficioso o lo que piensas que es más beneficioso para ellos, explicarles sus posibilidades y escuchar que no tienen dinero para pagar ninguna multa.
Y entonces ya no normalizas nada. Coges la toga y entras en sala. Haces el juicio. Y ocurre algo excepcional. Los han absuelto. Sentencia in voce.
Y en ese momento ni siquiera eres consciente. Sigues normalizando. La Justicia es algo inaudito y sorprendente. Una anecdota más. Y piensas que lo que ha ocurrido es algo normal.
Pero algo dentro de ti sabe que no es normal. Y acabas tomando conciencia, de como a veces los abogados comunes conseguimos cosas. No se trata de que una familia con graves dificultades de subsistencia se haya librado de una multa. Sino de que no se ha criminalizado una conducta de subsistencia. Que no ha habido una condena a todas luces inmoral e injusta, pero que hubiera sido técnicamente legal y correcta.
Y que en todo eso, has tenido un pequeño papel, de la manera que sea, que te hace creer que cuando te empeñas, a veces, consigues pequeñas cosas que son grandes cosas. Y te reconcilias con esta profesión y sientes que el esfuerzo merece la pena.
Como dicen en una especialmente emotiva escena de la película, no lo hagas luego, "llevame a casa esta noche". Y tengo la sensación de que hoy la Justicia no ha sido dejada para luego. Que de algún modo "me han llevado a casa esta noche". Que algo dentro de ti se ha vuelvo a conectar.
Y te sientes mejor