No soy ya "joven" y por ello tengo una cierta experiencia acumulada. En los otros aspectos hay muchas similitudes. Un trabajador desarrolla una asbestosis, enfermedad asociada a la inhalación de fibras de amianto y que suele aparecer muchos años después de incluso haber finalizado la exposición al mismo. Existiendo diagnosis son temas difíciles de probar por haber transcurrido muchos años y porque hace décadas no había la misma cultura de prevención que ahora ni de control médico. Y ganar un juicio exige pruebas.
No solo luchas contra una importante empresa que tiene todos los medios a su alcance sino que el propio sistema pone e impone sus trabas. Recuerdo cuando inicie con una denuncia de más de 10 folios explicando claramente no solo lo que es esa enfermedad, sino como se desarrolla, las modificaciones normativas en la materia durante los últimos 20 años y sobre todo varios folios explicando la doctrina del Tribunal Supremo sobre la prescripción porque mi experiencia me dice que son temas que no son cómodos para los juzgados y que se los van a intentar quitar de encima cuanto antes. Efectivamente la primera resolución del juzgado fue declarar la prescripción a pesar de ese esfuerzo argumentativo obligándome a recurrir ante la Audiencia Provincial que acogió mis argumentos. Pero el mensaje ya estaba mandado: no queremos este tema en este juzgado y las caras del funcionario encargado de su tramitación cada vez que me veía aparecer indicaban todo menos alegría.
No es fácil llevar un tema importante con el viento en contra. Importante porque la asbestosis es una enfermedad mortal y ponen en tus manos la esperanza de que de algún modo se haga Justicia, a sabiendas de que ninguna indemnización satisface estas situaciones. No es fácil cuando el procedimiento se estanca entre recursos, a la espera de informes y pasan semanas, meses y años.
Recuerdo tener esa misma sensación que la película cuando iba a visitar al cliente a su "humilde" casa. Humilde es la palabra políticamente correcta que utilizamos para hablar de pobreza. Un cliente demasiado enfermo para no ya ir a tu despacho sino incluso para salir de casa, atado a una cama por su enfermedad incapacitange. Y tener que explicarle la lentitud, las dificultades, siendo consciente de un inexorable cronometro que le conducía a la muerte.
Y mientras tener en tu cabeza toda la complejidad estratégica de este tipo de procesos. Estudiar jurisprudencia. Documentarte. Pensar en los pasos más convenientes que dar. Y sentirte un David aguerrido y capaz pero pequeño en comparación con ese Goliath que parece tener todas las cartas a favor. Y ser consciente de que la justicia no es nada equilibrada en estas ocasiones.
Hoy le contaba el tema a un joven abogado de verdad, y veía en sus ojos interés y cierta envidia valorando la épica de defender una causa semejante. Y yo le decía que en ocasiones quería estar en ese otro lado, el de Goliath, que supongo mas tranquilo, como el señor de un gran castillo viendo como una pequeña fuerza enemiga se acerca a sus murallas inexpugnables.
Y es que en las películas nunca afloran las preocupaciones, la carga de responsabilidad, las horas de estudio y de trabajo, la preocupación por todas esas sensaciones tan palpables, la soledad del francotirador y la sensación que David debió tener al contemplar de cerca la inmensa mole de Goliath, esa toma de conciencia de la desigualdad de la batalla.
La justicia es desigual, pero para eso estamos los abogados. Para inclinar la balanza.
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