Hace dos meses asistí en un juicio rápido por el turno de oficio a una persona que se enfrentaba a un juicio penal consiguiendo una sentencia absolutoria. Además de los perjuicios que toda condena penal conlleva, el golpe económico de la misma (por el pago de la responsabilidad civil) hubiese sido muy importante para él al estar en una situación económica muy delicada.
En todo momento, desde la atención inicial hasta el día del juicio, además de ser correcto y educado conmigo, mostraba una gran preocupación por la incertidumbre del resultado final. Tenía que ver también en ello el estar pasando por una mala racha personal y de salud. Esos momentos, a veces largos periodos de tiempo, en los que encadenas malas noticias y situaciones y andas superado por ello.
Al salir de la vista, esta persona me agradeció la defensa que había hecho y me dijo que se había sentido apoyado y defendido pasara lo que pasara con la sentencia.
Al salir de la vista, esta persona me agradeció la defensa que había hecho y me dijo que se había sentido apoyado y defendido pasara lo que pasara con la sentencia.
Pero las sentencias tienen mucho peso y una tarea de esta profesión es comunicarlas al afectado, son el resultado del juicio. Al fin y al cabo de eso se tratan los juicios: de ganar y perder. Y una veces se gana y otras se pierde. Comunicar que se ha ganado es fácil, lo duro es llamar y decir que se ha perdido. A veces me cuesta un tiempo reunir el valor, según el caso. En este caso me alegré especialmente del resultado porque sabía que un mal resultado añadía más sufrimiento a una difícil situación y llamé inmediatamente para al menos aliviar esa carga.
El acusado, ya inocente (bueno, inocente se es en teoría siempre pero en la práctica no tanto) se alegró enormemente y a los pocos días contactó conmigo y dijo que quería hacerme un regalo, que se materializó el día de ayer, día en que por fin pudimos cuadrar agendas y entregarmelo.
La sensación ayer al finalizar el día fue muy distinta a la habitual en las últimas semanas. Animado y más motivado, con ganas de poner en marcha ideas, sintiendome bien en la relación con otros clientes que vinieron al despacho. Noté como una energía positiva salía de mi, y aunque era parte de un trabajo introspectivo de los últimos días conmigo mismo, sé que ayudó en mucho percibir la gratitud (tan inusual por otra parte) de esta persona en concreto.
Y sentí lo que compartí ayer en redes sociales. Que estos momentos y situaciones son lo bueno de la abogacía. Y que prefiero estas sensaciones por escasas que sean, esa valoración y agradecimiento de alquien que se jugaba mucho por tu trabajo y tu manera de haberlo defendido, a esos otros agradecimientos y complacencias de lameculos profesionales a quienes ostentan carguitos. La realidad de la abogacía es curtirse y pelearse en la trinchera para recibir muchos sinsabores y malos tragos. Y para disfrutar de días como el de ayer.
Lo de que cuando se quiera hacer un regalo a un abogado se piense en regalarle alcohol, lo dejamos para otro día :)
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