viernes, 14 de febrero de 2014

RITOS

Hoy he asistido a un funeral. Si toda muerte es un drama para quienes quieren a esa persona, este con características especialmente dramáticas. Una mujer joven a raíz del parto. No solo resulta más duro cuanto más joven es una persona, pues nos resulta más inesperado; sino que todavía tiene mayor contraste en un acto puro de amor al traer una nueva vida. Lo que asociamos a felicidad y esperanza se convierte en lo contrario.

No la conocía personalmente. Sí a su hermana, abogada. Acudía al funeral como acudo a todos, esperando un acto de trámite más como lo es para quienes no somos especialmente allegados al fallecido. En esos tanatorios que se han convertido en superficiales tramitadores de tan singular momento. Donde el individuo desaparece junto a muchos otros y todo resulta especialmente aséptico. 

Hemos convertido el hecho de la muerte en un rito. También el propio acto de la despedida. Un protocolo idéntico para todos despachado superficial y anónimamente, por personas que no conocen al fallecido y donde tienen poca cabida las emociones no estereotipadas, más allá de la sincera afectación de quien ha querido y amado al muerto. Donde das el pésame a ser posible con la menor implicación emocional.

Me he encontrado algo muy distinto. Se ha subvertido el protocolo. El oficiante era verdaderamente cercano a la fallecida y ha utilizado unas palabras absolutamente precisas. Sus hermanas han leído una breve y bonita carta de despedida y su madre una emocionante poesía creada para ella. Han querido que sonaran canciones alegres, pues la alegría era lo que personificaba la fallecida. He llegado a sentir físicamente presente la emoción compartida hasta el punto de ser difícilmente sobrellevable en silencio y en soledad. He ido sin conocer a Laura y me he ido conociendola.

Porque se ha roto lo estereotipado. Lo marcado. Lo establecido.

Porque se ha roto el rito.

Y he pensado en esos otros ritos de los que llenamos nuestras vidas. En esos protocolos establecidos con los pasos marcados. Y he pensado en esos que dominan nuestra profesión. Al fin y al cabo las leyes procesales se denominan leyes rituarias y son denominadas así por algo.

Y he entendido por qué dichos juicios y procesos dificilmente entienden y gestionan las emociones. Porque no caben en los ritos. Por que los ritos las excluyen. Y he entendido una vez más, desde otra perspectiva, en que falla la Justicia. A causa de los ritos.

Le doy las gracias a la familia de Laura por haberme dado una gran lección de aprendizaje.

4 comentarios:

  1. Que lástima, yo creía que las mujeres ya no morían de parto, en fin, que descansen en paz.
    Lo único que yo quiero cuando muera es que me incineren y que todo el mundo siga con sus cosas sin mas ...
    Aprovechando que hoy no tienes una entrada profesional, he venido para dejarte un abrazo.
    Salud

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  2. Alfredo, este post es excelente.
    Una de mis máximas preocupaciones tras estos años ejerciendo son las etiquetas tradicionalistas, estáticas, impertérritas, de competidores insensibles y de utilizar un lenguaje arcaico, apartado del presente y de las emociones que caracterizan una profesión como la nuestra.
    Algo que quizás tiene más que ver con las películas que con nuestra realidad diaria, muy a pesar de los ritos ancestrales que siguen marcando el ejercicio ante los juzgados, pero no las relaciones entre compañeros y con los clientes; la inmensa mayoría de las ocasiones cargadas de colaboración, esfuerzo, implicación y empatía.
    Transmites, no sólo comunicas.
    Brindo contigo por la oportunidad que nos está danto el entorno 2.0 de poder acercar esta imagen real.
    Un fuerte abrazo.
    Susana González Ruisánchez

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    1. Gracias Susana, te agradezco especialmente tus palabras pues cuando quieres transmitir es positivo ver que a alguien le ha llegado tu mensaje. Me alegra ver que el canal de comunicacion funciona, que alguien te entiende, aunque sea en el entorno 2.0 :)

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