viernes, 16 de octubre de 2015

CORAJE DE ABOGADO

Me he acordado de el al circular por las afueras de la ciudad, en una zona pobre y urbanísticamente abandonada que me trae también recuerdos de cruzarla en coche cuando era niño en un trayecto que hacía con frecuencia. Fue una persona que tuve que atender hace ya años (no recuerdo cuantos, pero cálculo que unos 10) en una guardia de asistencia al detenido. De entre 65 y 70 años jubilado después de una vida de esfuerzo como trabajador, de aspecto humilde y temendamente asustado en el calabozo. De hecho el olor que desprendía inducía a pensar que del miedo se había cagado encima. 

Venciendo la repugnancia que me generaba el olor que desprendía procure escucharle y tranquilizarle mientras me contaba la razón de la detención. El no lo sabía pero aquello pintaba muy mal pues estaba ante un rodillo automatizado en el que la más que presumible sentencia condenatoria iba a abocar a la familia a una muy complicada situación. No se trataba de una cuestión de culpabilidad o inocencia sino uno de esos supuestos qe sólo entendemos y conocemos los que pisamos los juzgados, el automatismo sancionador. Naturalmente no le dije eso. Le explique de una manera que le resultara comprensible la maquinaria procesal que como máquina picadora de carne tenía por delante y lo que teníamos que hacer para evitar ser troceados por sus cuchillas. 

Es en esas situaciones cuando sale el carácter como abogado. Da igual al área jurídica que te dediques. Hay momentos en que las cartas vienen mal dadas y te enfrentas a una más que presumible estrepitosa derrota y donde el canto de las sirenas se eleva y una voz te dice "no hay nada que hacer". Hay quien hace caso a esa voz y desiste. Pero hay quienes no, no se dan por vencidos y buscan la manera de luchar y defender su posición. Creo que ahi se demuestra la verdadera raza de abogado. Lo que en Aragón llamamos rasmia.

Sentía que la condena iba a ser injusta así que reaccione como siempre hago ante lo que entiendo injusto. Recuerdo la visceralidad de las gesticulaciones en el juicio, el tono de voz elevado al hacer las conclusiones, como me miraba el libre hombre tembloroso en el juicio. Y como finalizado el mismo en un aparte pero sin anticiparme la sentencia la juez me dijo que podía marchar tranquilo. La sentencia fue absolutoria.

Sentí un gran aliivio y una sincera alegría cuando unos días después el señor vino a mi despacho a agradecerme el empeño que había puesto en su defensa. Agradecimientos que no son habituales pero que tanto nos alimentan.

Quizás el recuerdo no haya sido sólo por circular junto a los edificios donde tenía su domicilio. Son días difíciles en los que a veces me pregunto si los esfuerzos merecen la pena y si por mucho empeño que pongas va a servir para algo. Pero me he acordado de la historia y los cantos de sirena se han desvanecido.

Nunca hay que dar la batalla por pérdida.

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