Mi socia Laura dice que todo pasa por algo, y aunque le bromeo sobre ello con especticismo a veces el Universo que diría ella parece darle la razon.
Hoy me he encontrado casualmente con Carolina (nombre ficticio). Una víctima de violencia de género con una de las situaciones más aberrantes que he conocido nunca. Fui su abogado durante varios años en muchos (demasiados) procedimientos: las diligencias por la agresión que supuso la primera denuncia, OCHO quebrantamientos de condena, procedimientos civiles para fijar medidas con el menor, y otros juicios menores derivados de incumplimientos por el padre de regimenes de visita y mil (numero figurado) conflictos e incidencias. Devastador para cualquier persona.
Recuerdo que un día, pues naturalmente ya desarrollamos una relación especial que excedía de la meramente formal abogado - cliente, y existía la confianza para reflexionar conjuntamente sobre cosas, le dije, si un día te mata, escribiré un libro y se sabrá todo. Y es que sí, llegó un momento en que ambos normalizamos que podía ocurrir que un día la matara.
Carolina fue una víctima en un entorno rural. Carolina además no era de allí, era la de fuera. El comportamiento de Carolina era juzgado una y otra vez, el hecho de que denunciara, lo que hiciera con su vida y las decisiones que tomara posteriormente. Al cuarto o quinto quebrantamiento, ya no recuerdo bien, Carolina llegó a tener que abandonar el pueblo por miedo y venir a Zaragoza.
Recuerdo tras la primera denuncia y acordarse la orden de alejamiento (lo que realmente se llama medida de no acercamiento y no comunicacion) que tantas veces se quebrantó, la sensación que tuvimos todos de que iba a quebrantar, como así pasó.
Recuerdo en cada quebrantamiento el comportamiento complaciente de la Guardia Civil del pueblo para con el quebrantador, y que solo le faltaba no detenerlo y darle simplemente un rapapolvo verbal: "Agustín, hombre, no lo vuelvas a hacer, no seas malo" (Agustín también es un nombre inventado).
Recuerdo como cada denuncia era recogida con hostilidad, dando a entender que molestabamos con cada procedimiento.
Recuerdo tener que partirme la cara con cada quebrantamiento para pedir el ingreso en prisión preventiva, que se denegaba sistemáticamente.
Recuerdo que en cada uno de esos procedimientos penales, el fiscal no estaba presente.
Recuerdo también tener que pegarme (figuradamente claro) con todos hasta que al final conseguí que Carolina tuviera asignado un dispositivo electrónico para controlar el alejamiento de Agustín. Todo problemas para conseguirlo, gestionarlo y las incidencias posteriores.
Recuerdo cuando al fin conseguí que entrara en prisión preventiva
Recuerdo como el procedimiento principal y los quebrantamientos se eternizaban en su tramitación de diligencias previas por el deficiente funcionamiento de aquel juzgado
Recuerdo cuando salió de prisión preventiva y se reiteraron los quebrantamientos de todo tipo: comunicación, acercamiento.
Recuerdo cuando Carolina decidió por miedo venir a Zaragoza y tiempo después tuve que pelearme con las instituciones que supuestamente debían protegerla y darle una casa de acogida.
Recuerdo los problemas que tuvo Carolina con las "profesionales" que se supone que trabajan para ayudar a las víctimas.
Recuerdo su precariedad y problemas para mantenerse mientras nada ni nadie la ayudaba y ella intentaba rehacer su vida, con hijos menores a cargo.
Recuerdo perder (es difícil probar infracciones de acercamiento salvo las in franganti o notables, sin testigos) y recuerdo ganar otros juicios
Recuerdo cuando entramos en la dinámica de ingresos en prisión de Agustín por esas condenas hasta que tras varios años tras empezar ya habíamos acabado con todo y solo quedaba esperar a que saliera de prisión. Y recuerdo hablar y ser conscientes todos: ella, su nueva pareja, la guardia civil del nuevo pueblo donde vivía y yo, que cuando Agustín saliera de prisión algo gordo iba a pasar. Recuerdo tener todos la sensación de lo inevitable, de estar preparados, pero a la vez ser conscientes de que podía pasar.
Recuerdo más cosas que ahora no puedo contar pues significaría dar ya pistas definitivas para identificar la historia, algo que no voy a hacer.
Prefiero que ahora recordemos todos, cómo mientras Carolina sufría ese calvario solo me tuvo a mi, a su abogado. Todos los que debían ayudarla a protegerla, se pusieron de perfil, miraron a otro lado, la culpabilizaron y victimizaron, la bloquearon, le dificultaron todo. Y eran quienes tenían la responsabilidad de ayudarla y protegerla.
Por eso, ese día, le dije a Carolina, que si un día la mataba, escribiría un libro y lo contaría todo.
Y cuando digo que solo me tuvo a mi, no lo digo por mi, por mi ego o por reconocimiento. Hice lo mismo que hubiera hecho cualquier otro abogado. Lo mismo que hacen todos los días los abogados en los servicios de asistencia a mujeres maltratadas. Acudiendo a la hora que sea, de día o de noche, de madrugada, conduciendo kilómetros, escuchando y entendiendo, comprendiendo sus decisiones, apoyandolas frete a todos los que les juzgan. En la sombra, detrás, que es donde mejor se apoya. Sin buscar titulares, ni fotos ni entrevistas (como esas asesoras que se ponen de moda), sin levantar banderas de causas sin importarles la víctima concreta.
Porque todos esos que miraron para otro lado, son los que van dando lecciones, los que sueltan dogmas, los que imponen criterios y visiones. Los que quieren sentirse bien ellos mismos, mira cuanto hago y que implicado estoy. Los que dicen denuncia, denuncia, pero eso sí, luego no estarán ahí para partirse la cara cuando estén solas y nadie les apoye ni proteja, los que les da igual la soledad de la víctima ante el procedimiento penal donde solo contará con su abogado. Los que si les dices esto te acusan de ser cómplice con el maltrato.
Ayer me dijeron eso en tuiter, mintiendo, dijeron que yo defendía que no se hiciera nada cuando agreden a una víctima. Me dijo eso alguien que seguro no ha estado en un juzgado de violencia de género ni una puta vez en su vida. Eso me dijeron ayer. Y hoy, me he encontrado a Carolina y como siempre que la veo, le he preguntado "¿todo bien Carolina? Y ella me sonríe y me dice, sí.
Y mi corazón se alegra.