Estos días he vuelto a la Universidad como profesor del master de acceso a la abogacía organizado por la Universidad de Zaragoza en colaboración con el Colegio de Abogados de Zaragoza. Este año por circunstancia ajenas a los que nos encargamos de la docencia en la asignatura titulada Teconología aplicada se ha visto reducida la duración de la misma pues seguimos sin que se acabe de entender la importancia de estos conocimientos para el ejercicio profesional en la programación de ese master aunque mi experiencia con los alumnos es que este año son muy conscientes de la conveniencia de formarse en estas cuestiones. Al ser reducido el tiempo no puedo ir más allá de quedarme en una serie de planteamientos generales y transversarles correspondiendo al otro profesor la profundización en algunos de ellos.
Fruto de este posicionamiento en el que reflexionamos sobre la influencia de la tecnología en el desarrollo de la abogacía algo que este año se ha visto reflejado en que por ejemplo el congreso nacional de la abogacía ha tenido esta cuestión como elemento esencial y fruto sobre todo de este nuevo enfoque obligado como digo por la reducción del tiempo, no puedo dejar de sacar experiencias y reflexiones enriquecedoras.
Lo cierto es que los avances tecnológicos suponen una cada vez mayor incorporación del uso de las nuevas tecnologías a nuestras vidas modificando sin que nos demos cuenta hasta qué punto nuestros hábitos cotidianos y nuestras pautas de comportamiento. Si esto ocurre en nuestro día a día necesariamente se están produciendo modificaciones en nuestro ejercicio y desarrollo profesional.
De un tiempo a esta parte noto como en la relación con los clientes y con otros profesionales se ha instaurado una conducta cada vez más exigente. Observo que una queja habitual de clientes descontentos con abogados es la "dificultad" para contactar con los mismos. No deja de ser algo chocante con la mayor capacidad actual de poder tomar contacto con un profesional, pues hemos incorporado no solo la telefonía móvil que va allá donde nos desplazamos, sino las facilidades generadas por el email cuando lo normal es que tengamos smartphones con tarifas de datos, e incluso la utilización (indebida) de aplicaciones de mensajería como Whatsapp, por poner solo unos ejemplos. Lo cierto es que por tanto la queja denominada como dificultad de contacto no deriva tanto de la existencia de medios de contacto (que los hay) como de la inexistencia de respuesta, o mejor dicho de una respuesta en tiempo.
Veo que en el uso cotidiano de estas tecnologías se extiende una conducta apremiante en la respuesta. El hecho de tener en nuestras manos herramientas que posibilitan mandar un mensaje inmediatamente (en el momento que decidimos comunicar) no significa que la otra persona esté en la disposición o quiera comunicar inmediatamente. Sin embargo, esa conducta apremiante se vuelve exigente. Por lo general se exige una respuesta inmediata y si no la hay el emisor que espera respuesta se desasosiega, se pone nervioso y ansioso. Como curiosidad hace unas semanas señale educadamente esta cuestión a una abogada que esperaba ansiosa la respuesta de otra por whatsapp. Su respuesta fue airada, enfadada y ahora si me ve por el juzgado hace como que no me ve.
Observo como digo como se extiende esta conducta en el ámbito profesional, no solo en la exigencia de respuesta en un tiempo que el emisor considera "razonable" (cada vez más corto) sino también en la respuesta a la necesidad. El cliente cada vez es menos paciente en la espera de nuestras acciones e incluso de resultados.
Independientemente de que seamos conscientes de que no es un comportamiento ni razonable ni correcto, y en muchas ocasiones injusto, es algo que se está imponiendo y que desde los despachos deberemos atender suponiendo por tanto introducir mejoras en la comunicación y en la atención, introducir nuevos canales de comunicación, mejorar las webs; pero también en la gestión interna del despacho para que los encargos estén en funcionamiento en el menor tiempo posible. Y todo ello sin que suponga una merma en la calidad del trabajo realizado, pues a menor tiempo dedicado puede ir asociado una reducción de la calidad.
Como en tantas otras cuestiones profesionales, la gestión del tiempo se convierte en algo esencial.
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